FIESTA EN VALENCIA

mascaras, carnestoltes
MASCARAS 


Valencia es toda una potencia mundial en “ fiesta”  tiene tradición y a sabido aplicarla en version  industria  creando un  modelo muy rentable  para el consumo del turista. Puede que os parezca fácil  eso de hacer fiesta, pero no tiene su aquel, los artículos que adjunto analizan aspectos de fiesta  tradicional , lo curioso es que tienen casi un siglo y no lo parece

Valencia, fallas, Maximiliano Thous
FALLAS


fallas, fiesta, Valencia
DESPERTA

MUIXARANGA



Introducción
El uno de marzo de 1933 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba el día  para hablar del Carnaval, su historia y su folklore. En esta charla Thous hace referencia a los orígenes de la palabra y a la evolución del Carnaval y de su relación con la indumentària tradicional valenciana.

Miércoles 1-3-1933
CARNISTOLTES


mascaras

—¿Me conoces?
Esta era la frase fingida y machacona de las mascaritas de antaño. Digo “de antaño” porque hogaño, en Valencia capital, apenas si hemos visto la muestra.
Yo he sentido la tentación de derivar mi charla de esta noche por esa vereda del folklore, vecina a los Carnavales; preguntar, fingiendo la voz: “¿Me conocéis?”... Y, a sabiendas de que algunos me conocen, decir unas cuantas cosas con la desenvoltura que se puede tener cuando el micrófono sirve de careta.
Esto, o cosa parecida, era lo que, en el folklore del carnaval, constituía la diversión de “dar un mate”.
“Dar el mate” era aprovecharse del anónimo del disfraz para soltarle al prójimo una rociada de bromas que seguramente nadie se atrevería a verter de no ir escudado tras la careta.
En esto, como en todo, la gracia consistía en la medida; en el fuero del anonimato carnavalesco. Si el máscara decía cosas ingeniosas, correctas, con las gotitas del excitante necesarias –y con mucho cuidado de que no se le fuera la mano–, se producía una escena de fino humorismo que preocupaba tal vez, dulcemente, al víctima del embromamiento. Pero cuando el que daba el mate abusaba del fuero y publicaba secretos comprometedores u ofendía en cualquier forma hablada al blanco de su venganza, el mate se convertía en arma grosera y canalla.
¿De dónde proviene esta frase de “dar mate” Tal vez del juego de los escaques, modernamente conocido por ajedrez. Burla burlando, ya estamos dentro del tema folklórico del Carnaval. El Carnaval fue la fiesta profana más del gusto de nuestros antecesores en el último cuarto del siglo pasado.
Carnistoltes, moltes voltes”, reza una copla popular que aún es muy citada y que acaba diciendo: “Quaresma, no tornes més”.
Carnistoltes, versión valenciana de Carnestolendas, del castellano; y ambas de procedencia latina. Caro, carnis (carne) y el verbo tollere (quitar). Bonita manera de anunciar el próximo ayuno.
Del 1885 al 95, año más, año menos, el disfraz de labrador valenciano alcanzó la máxima difusión. Pequeños y mayores, pobres y ricos, demostraron su preferencia por la clásica vestimenta huertana. Y con esto se creó un tipo que hoy llamaríamos “estándar”, que ha sobrevivido y que se aparta muchísimo de la realidad.
Los roperos o sastres de teatros, manufacturando en serie estos trajes de labrador de camalets y la iniciativa particular añadiéndoles detalles de su personal gusto para darles novedad, crearon un traje que solo tiene reminiscencias del antiguo; yo me atrevo a asegurar que jamás un labrador de la huerta valenciana vistió como ahora es costumbre presentar el tipo valenciano a partir de los citados disfraces carnavalescos.
Recordemos la traza. Alpargata de suela de cáñamo con cintas negras; liga con moña de colores rojo y amarillo y cintas con cascabeles; medias de algodón con calados y plisados; zaragüelles blancos muy almidonados y plisados, planchados en forma que parecía iban a quebrarse al primer estrujón; faja de seda y a veces pañuelo de pita en sustitución de la faja; chaleco o xopetí de tela rameada; camisa blanca con pechera bordada y cuello vuelto; el cuello abrochado con mançanetes de plata y pañuelo de seda en la cabeza.
Mançanetes eran los broches que se pasaban por los ojales del cuello y que adornaban, en dos filas, los costados del xopetí. Es popularísima, en nuestro folklore, la frase que se dice, humorísticamente, a los prontos de genio: “No’t sofoques, xopetí, qu’et cauran les mançanetes”. Observarán ustedes que esta palabra es un castellanismo. Las llamadas “mançanetes”, por su forma, eran parecidas a pequeñas manzanas. “Pometes” debieron llamarse en valenciano y no “mançanetes”. Estas “mançanetes” eran un motivo de los más aprovechados por los máscaras para poner en evidencia su ingenio. Se les sustituía por pequeños orinalitos de obra de Manises, por castañas pilongas, por guindillas, etc., etc.
Los llauradors, es decir, los ciudadanos que adoptaban este disfraz, no acostumbraban a ir solos. Se reunían en tropeles, muchas veces más temibles que bandas de forajidos. Cada uno había de llevar un fruto del campo: el pimentó, la tomata, la safanòria, el nap, para dar ocasión a dichos y hechos de la más lamentable grosería.
Como modelo de finura y elegancia, era costumbre llevar una plantilla recortada en madera y sujeta a un regle en tamaño tan reducido como el de una muñeca. Con esta plantilla se intentaba medir el pie a toda muchacha que pasara cercana. 
Cuando al final de una calle se reunía la pandilla de falsos labradores, entre los que no faltaba quien tocara la corneta o el caragol, y a los sones de los bélicos instrumentos, desbordaban por la esquina de una vía concurrida en tarde de Carnaval, el pánico era mayúsculo.
Parece que les estoy viendo y oyendo: “Espanta burres. Tararó”. Duró algunos años el predominio de este disfraz. Ha hecho mucho daño. 
En lo que se lucieron siempre los valencianos es en la fabricación de carassetes. Carasseta, igual a careta, en castellano, pero con acepción más adecuada en nuestro idioma. Careta, como carita, en castellano, son diminutivos de cara. Pero carasseta no es diminutivo de cara, sino de carassa. Y la palabra carassa, valenciana, no es un aumentativo de cara solamente; es sinónimo de mueca, en castellano. Una carassa, una mueca. Y una carasseta es la nota caricaturesca de una cara.
Culminó el Carnaval, en el primer cuarto de este siglo, perfilándose la fiesta con artísticas líneas que la limpiaron de las ruralidades y groserías que antes apuntaba. Se buscaba un tema bonito, de ambiente regional o de destacado perfil artístico. Muchos recordarán “Un bateig en l’horta”, otra mascarada de la Albufera, muy vistosa, y otra muy notable que presentaron los vecinos de la calle de Sagunto, figurando una cabalgata de guerreros simulando las armaduras con pleita. 
El desarrollo excepcional –quién sabe si excesivo– que ha tomado la fiesta de las “fallas” es, sin duda, causa del decaimiento del Carnaval valenciano. 
Yo no siento mucho que el carnaval palidezca. Si siguiera la ruta artística emprendida, “tira que te vas”. Pero volver a lo de “Espanta burres… Tararó”. No, no en mis días.
Porque aquello era mucho folklore. Pero tenía de grosería y mal gusto una cantidad muchísimo más considerable.



Introducción
El quince de marzo de 1933 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba el día para hablar las fallas y su folklore relación con el Museo de Etnografia y Folklore que él mismo dirigía. 

Miércoles 15-3-1933
Chisporroteo - Fallas

Maximiliano TohusSupongo, benévolos radioyentes, que todos estaremos conformes en reconocer la ineludible oportunidad de hablar de las fallas, tema de folklore, el de más “tronío” entre todos los de la actualidad valenciana.
No hay manera de evadirse. Cualquier otro tema que tratáramos hoy parecería fuera de razón y totalmente desencajado.
Está el ambiente más que impregnado, densamente saturado de espíritu fallero. Parece que hagan mala concordancia esas dos palabras: espíritu y fallero. Todo nobleza en la primera frase y todo plebeyez, según el sentir de mucha gente, ese calificativo de “fallero” que solo en estos días admitimos como concesión a la gracia popular y otras veces pronunciamos en sentido despectivo, cuando pasó la potente llamarada de esta gaya fiesta.
Ya estamos dentro del tema. Lo fallero como supervivencia folklórica y lo fallero como arte menor, remedo de arte, estilo, escuela que huele a engrudo, cera derretida y cartón mojado.
Nos está vedado entrar a fondo en el asunto. La Dirección de Unión Radio tiene preparado un reportaje sobre las fallas y es preciso dejar el asunto en toda su integridad para que a su sabor y con la necesaria extensión lo aborde y descubra la persona perita y discreta que tiene a su cargo esta interesante información.
Yo recojo velas y viro en redondo hacia otros rumbos.
Solo recojo, por ser muy personal la alusión, que tres o cuatro artistas han tenido el buen gusto de inspirar los motivos de sus fallas en nuestra propaganda por el Museo de Folklore.
Mucho se habla estos días, con motivo del impulso de la aviación en aeródromos valencianos, de “bautismos de aire”. A nuestro Museo le corresponde otro bautismo: el bautismo del fuego.
Estamos satisfechísimos de este primer éxito popular. Claro que cualquiera inteligencia subalterna –en nuestra Valencia hay pocas, pero alguna parpadea, sin poder sufrir la luz a ojos abiertos– creerá que la nota humorística y graciosísima de las fallas es algo así como un vejigatorio, un sinapismo que nos va a levantar la piel.
No hay tal. Todas las alusiones al Museo de Folklore son fruto, naturalmente, de un estado de opinión que hemos creado con nuestra activa y constante propaganda. Es un triunfo que nos anotamos y que nadie puede discutirnos.
Además, los artistas han tenido la fraternal gentileza de venir a pedir nuestra propia ayuda para la mejor claridad de las alusiones. Yo me he prestado, gustosísimo, a cuanto Luis Dubón ha pedido para su caricatura de Museo y he escrito muy a mi placer el llibret de relació i explicació de la falla, para demostrar de la mejor manera que no me molesta sino que agradezco muchísimo la propaganda de la falla del Mercado.
Y al amigo Regino Mas, le he dejado ver a su sabor el calibre excesivo de mi cabeza para que saque patrón del ninot que ha de representarme, en la falla de la calle de Cirilo Amorós.
Andando el tiempo –y no ha de andar mucho– los ciudadanos verán como el matiz suave y gracioso de estas manifestaciones populares, toma el brioso tono de la realidad conmovedora. Y no digo más porque faltan pocos días para que, como ahora se dice, “tome estado parlamentario” el primer gran resultado, visible y palpable, de nuestro Museo.
Los que fían en nuestra actividad y en nuestro valencianismo prepárense a aplaudir. Y los escépticos, a cerrar los ojos o abrir la boca un palmo.
Para no escamotear todo lo que de mí esperaban esta noche algunos señores radioyentes voy a rendir culto a la actualidad, cediendo a cariñosos requerimientos, con la “Invitació al foc” mía, ya que no me es posible cantar “El Fallero”, también de mi letra, porque mi voz de carraspeador abollaría el micrófono y enredaría los hilos de las antenas.

desperta

Introducción
El veintidós de marzo de 1933 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba el día para hablar las fallas y  la despertà, demostrando que la polèmica que genera no es nada nuevo. 

Miércoles 22-3-1933
LA DESPERTÀ

Ya no queda ni rastro de fallas. Los carros de la limpieza pública retiraron los tizones apagados y las cenizas en montón, último vestigio de las flores del ingenio y del arte popular, en las josefinas fiestas de hogaño.
Pero aún queda ambiente para el comentario; no quiero que se me quede en el cuerpo una observación, que espero han de agradecerme los vecinos de la capital y los millares de forasteros que nos honran con su visita.
Trátase de una tragedia, una verdadera tragedia, cuyas abundantísimas víctimas no han sabido, querido o podido expresar su dolorida queja.
Quiero ser yo, enamoradísimo de todos los matices de la fiesta popular, quien salga, no diré a quebrar una lanza, pero sí a sacudir unos cuantos cañazos contra quienes de algún tiempo a esta parte abusan del fuero del folklore para hacernos la Pascua antes de tiempo.
Me refiero al primer numerito en todos los programas de todas las fallas, de todos los barrios de Valencia: La despertà.
La “clásica” despertà, la “alegre” despertà… Protesto de los calificativos injustamente adjudicados. Para el clasicismo hay una medida de la cual hablaremos. Y eso de la alegría de que le despierten a uno siete días seguidos a las seis de la mañana… también merece párrafo aparte.
Vamos a ver que es lo clásico en la despertà.
Toque de alba en las campanas de la iglesia, diana musical por la banda del pueblo y alguno que otro estallido de pólvora, fueron siempre inicio de fiesta mayor en la región valenciana y, seguramente, en toda la Península.
Por lo que respecta a la capital y a la fiesta de las fallas, concretamente, los hechos tenían el carácter que voy a decir y que recordarán quienes hayan visto fallas de quince o veinte años a esta parte.
Víspera de San José, 18 de marzo y no antes, porque la fiesta se circunscribía a esa única fecha. Promediada la noche, la comisión de falleros, que se había reunido a cenar corporativa, amistosa y copiosamente, para entrar con fuerzas en la ardua tarea de la plantà, sacaba los trastos a la vía pública, con el menor estrépito posible y montaba el epigramático monumento. Hacíase todo con sordina para que fuera mayor la sorpresa del vecindario que, mientras tanto, dormía tranquilamente, a excepción de los actores del sainete.
Y cuando a las seis de la mañana todo había llegado a feliz término, una docena de truenos de pólvora servían para avisar a los vecinos de la grata nueva. Ya podían asomarse a los balcones y admirar el monumento a cuya erección habían contribuido pecunariamente.
Esa era la despertà. Un ratito y nada más, el día de San José, precisamente. A muchos no les hacía ninguna gracia la brusca manera de truncarles el sueño; pero, ya despiertos, agradecían, tal vez, que se les avisara para gozar intensamente, la alegría continuada de la diurna fiesta.
Hasta ahí el llamado “clasicismo” que invocan los organizadores de programas falleros. Pero despertar a los vecinos no un día, sino siete días consecutivos y no con unas docenas de truenos sino con el disparo de diez mil petardos, como han anunciado en algunos barrios –¡tal vez no llegaron a ese número en algunos días de la espantosa guerra europea!–, eso ya se pasa de clasicismo para ser otra cosa que… que yo no he de decir por temor a las represalias.
¿Para qué han de despertar a todos los habitantes de una capital que pasa de los 400.000, a las seis de la mañana y desde un lunes a un domingo, como acaban de hacerlo ahora, si hay la absoluta seguridad de que 375.000 se volverán del otro lado en la cama, no sin haber deseado a los despertadores, cuando menos, un cólico que les recluya donde cada cual se atenga a su propio estrépito?
¿Y eso es la “alegre” despertà? ¡Qué va a ser alegre!
Pero hay algo peor. Y es que la música y el bailoteo duran, todas las noches, hasta las doce. Es imposible dormir antes de esa hora. Las monserguitas musicales y los gritos de alegría de la muchedumbre impiden conciliar el sueño a los que tienen necesidad de reposar para acudir a su trabajo al siguiente día. A las doce suena la traca o las tracas. Hay barrio que las dispara por serie. Veinte minutos más de estruendo.
¡A dormir, procurando eliminar los ruidos parásitos de los noctámbulos receptores de alcohol, siempre rezagados!
Puede el vecino normal comenzar a dormir a las 0’30 de la madrugada. ¿Quién soporta que durante siete días le despierten cinco horas más tarde?
Además, en una república de trabajadores, con intervención socialista, no dejarle dormir a uno lo que quiera dentro de las ocho horas destinadas al reposo, creo yo que es ir contra el régimen.
Pero todavía queda el rabo por desollar. He aquí el resultado de una investigación que yo, personalmente, he realizado. Los despertadores, es decir, los que disparan esos miles de petardos a las seis de la mañana, no son más de ocho o diez en cada barrio.
¿Qué hacen esos hombres cuando han logrado despertar a los 400.000 habitantes de la capital?
Yo se lo diré a ustedes si no lo saben; pues muchos de ustedes, probablemente, lo habrán adivinado.
Así que acaban de disparar los millares de millares de petardos, estos detonantes vecinos, seguros de que en la capital no queda vecino que no esté despierto, se marchan a la cama rendidos y duermen a pierna suelta hasta las dos de la tarde. Puedo probarlo testificalmente.
Conste, pues, que no es clásico, ni es típico, ni es folklórico, fastidiar a los indígenas y a los forasteros durante los siete días de una semana fallera.
Que la despertà no debe realizarse entre cinco y seis de la mañana, cuando nada tienen que hacer los infelices desvelados. Basta con el estruendo del mediodía y el de la medianoche para dejar bien acreditada nuestra afición a la pólvora.
Y en último caso, para cumplir con el clasicismo, basta con una despertà, en el día de la suprema fiesta.
De lo contrario, los turistas vendrán a ver las fallas, si es que tanto les atrae la fiesta; pero por la noche ¡se irán a dormir a la capital de una provincia cercana!


Introducción

Emn abril de 1934 publicaba eMaximiliano Thous Orts, este articulo en el número 92 de la revista “Valencia Atracción”aprovechaba  tratando del folklore musical valenciano y en especial de una de sus más conocidas manifestacions, la muixeranga de Algemesí. 

LA “MUIXARANGA”

valencia

Por primera vez, que quizás no sea la última –y algún día ofreceré las razones, que aún no están en madurez para que las guste el público–, voy a escribir sobre mi propia gestión personal, antaño realizada silenciosamente.
Y a trueque de parecer petulante y vanidoso –porque nadie juzgue extraordinario mérito el que quiero otorgarme–, comienzo diciendo que he sido yo quien ha revitalizado la clásica Muixaranga, de Algemesí, y traídola a las anchurosas calles ciudadanas, saturadas de público que jamás contempló semejante exhibición de folklore valenciano.
Obedecía órdenes de don Juan Bort, Presidente de la Comisión Municipal de Ferias y Fiestas, de quien obtuve también el permiso para que la Cuca fera, de Morella, gracioso e inofensivo monstruo encerrado en la almenada villa, viniese a ver nuestras “fallas”.
Y fui yo quien indicó se simulase la torre del Kalendura de Elche; aireé las Gaiates, arrumbadas en los desvanes municipales de Castellón; puse al trote los Caballets de Alcoy; hice “alardo” del Contrabando, de Onteniente…
Otrora mostré a nuestro buen público “festero” los cómicos Alcides, Porrots, de Silla; conseguí que volvieran a trenzar piruetas y jugar varillas los elegantes Tornejants, de Sueca; reanimé la rítmica Dança dels bastonets i de la planxa, de Algemesí…
Mucho antes, en el Estadio de la Exposición Regional, ya había reunido estas folklóricas notas, añadiendo la gracia italianesca de los Mariners y los Moros marinos, de Onteniente, y las solemnes, suntuosas Dançades de Xàtiva, que no desentonarían en los famosos aristocráticos jardines de Versalles.
Mucho después, ante millares de espectadores de todos los países del mundo, presentaba en el “Pueblo Español”, de Barcelona, la más nutrida y lujosa Xàquera vella que jamás vieron los vecinos de nuestra capital y reino; y en el paseo de la Exposición Internacional, bajo mi personal dirección, “reñíase” una Batalla de flores que no ha sido igualada todavía y quizás no haya quien la supere.
¿Pero no iba a hablar de la Muixeranga? A ello voy. Perdonad la digresión, que no está de más. Yo sé por qué; y ya os divertiré contándooslo a su debido tiempo.
Mal escrita está la palabra miuxaranga. Pero así la pronuncia el pueblo. Moixiganga debiera decir. Y de su etimología, como de su fraternidad con la “mojiganga” castellana –“bojiganga” escribe Cervantes cuando narra la aventura de “Las Cortes de la Muerte”, al cruzarse Don Quijote con la carreta de Angulo, el Malo–, de su significado y de sus acepciones, Cotarelo y Clemencín os hablarán eruditamente.
Yo os digo que esta Muixaranga, de Algemesí, que ha erigido y abatido sus torres en nuestras calles ciudadanas durante las pasadas fiestas josefinas, no debe ser la misma que escribe el Barón de Alcahalí como una “danza pírrica” o “baile guerrero de corte patriarcal”. Aquí no llevan clavas ni lanzas ni simulan “toda clase de luchas y triunfos”.
Nuestra Muixaranga comenzó tal vez simulando el escalamiento de murallas. Los miuxarangueros –más atletas que danzantes– suelen ir provistos de hachas de viento, con las cuales, más que iluminar sus torres, molestan cuanto pueden y apagan sobre las ropas de un compañero, dejando la ropa encerada y chamuscada.
Para impedir estos y otros desmanes, las autoridades de Algemesí han ordenado más de una vez que los miuxarangueros lleven en sitio visible un número, una cifra que sirva para reconocerles a pesar del disfraz que les uniforma e imponerles el oportuno correctivo.
La Muixaranga, en su actual estado, no remonta su antigüedad más allá del siglo xvii. Esto por lo que respecta al espectáculo. La indumentaria, sin duda alguna, ha sufrido radicales cambios, más por conveniencia del ropero que por la voluntad de los “ejecutantes”, a quienes no preocupa gran cosa este detalle.
Abril 34



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