REPOSTERIA VALENCIANA

piuletes y tronadors , dia de los enamorados, Valencia

En la sociedad tradicional los dulces tenían estatus de casi lenguaje, marcaban efemérides y tenia su simbolismo una receta secreta  y  un ritual , cada mes cada localidad tenia su particular “menú” 

Por Sant Donis: "La Mocaora: piuletes y tronadors en el dia de los enamorados , Valencianos

Por pascuas , "la mona de pascua"

mona de pascua



Introducción
El cinco de octubre de 1932 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba la cercanía del nueve de octubre para hablar de la costumbre folklore más vinculada a ese día, la mocadorà. 
Miércoles 5-10-1932
LA FIESTA DE SANT DIONÍS

Pocas veces he realizado, yo, la valentía de colocarme ante el micrófono, dispuesto a enjaretar la charla folklórica de los miércoles, con la seguridad, que hoy tengo, de traer un temita sencillo, agradable y de absolutísima actualidad.
Y lo enuncio, enseguida, para evitar a ustedes el más leve trabajo mental. Voy a hablar, no más allá de cinco minutos, de la valencianísima fiesta de Sant Dionís, de les piuletes, dels tronadors, de la costumbre galante de fer el mocador a la novia... Tema histórico, dulce, sabroso, amatorio y de innegable relieve en el folklore valenciano.
A los valencianos de la capital, y a muchos del reino, no hay por qué recordarles el origen de la fiesta y los detalles de la misma, que son conocidísimos.
A los señores radioyentes que ignoren todo esto, pronto vamos a enterarles.
El día nueve de octubre de 1238, ¡hace la friolera de setecientos años! Don Jaime, El Conquistador, entraba victorioso en Valencia. 
Ya están aquí las piuletes y los tronadors. Piuleta: flexible canutillo de papel, relleno de pólvora, doblado en forma de eme mayúscula y atado por el centro. Parecido a lo que en otras tierras llaman “triquitraque”. Tronador: canuto de caña, embutido de pólvora, cuya explosión atronaba y de este tronar tomó su nombre.
Hubo una vez que, en vísperas de la fiesta, ocurriósele a cierto ingenioso confitero, simular las piuletes y los tronadors, con sabroso mazapán y dulce yema, substituyendo la envoltura por azucarada pasta del tono del papel y de la caña. 
Cesó el estrépito de la pólvora. La diversión, grata al oído y al olfato, convirtiose en placer del paladar aficionado a golosinas.
Víspera de fiesta. Los confiteros rivalizaban en la presentación de su mercancía. Cantidad, calidad, tamaño, buen gusto para adornar el escaparate de su tienda. Entablada la competencia, sobre los primitivos tronadors y piuletes, el arte reposteril fue amontonando aditamentos: confites de colores, talcos relucientes, rizada alhama de plata, “vidre volaor”, como decían al espurnado de partículas brillantes, lazos, cintas, etcétera, etcétera. Ya es difícil adivinar las siluetas del tronador y de la piuleta, bajo los arbitrarios adornos que las sobrecargan.
Buena distracción para una víspera de fiesta, cuando no había matinés en los teatros, ni se conocía el cine, ni las calles ciudadanas estaban medianamente alumbradas, buena distracción este paseo de la víspera de Sant Dionís, para pasar revista al adorno de las confiterías.
Y natural, naturalísimo, que el pretendiente, el novio, el esposo de la dama, cuyos ojos se encandilasen ante tanta dulce tentación, se apresurase a obsequiarla llegando al máximo límite de sus posibilidades económicas. Aquí surge el mocador.
No estaban en boga los actuales envases para bombones, ni parecía chic prevenirse de un cestillo, como si se tratase de ir a la compra. Era más señor, aun cuando luego haya parecido más plebeyo, adquirir un mocador para llenarlo a colmo de azucarados materiales.
¡Qué mocador! Era el bello tiempo en que todas las rientes acequias que vivifican nuestra huerta, tenían como guardias de honor en sus márgenes, la doble fila de las frondosísimas moreras, de verdes, amplias, carnosas hojas que los gusanos de seda, en cientos de millares, comían vorazmente para deglutir más tarde el recio hilo, que devanado del capullo de ebúrnea blancura, pasaba a los incontables telares, movidos a mano y pie por nuestros expertísimos tejedores. 
No era entonces, Lyon, el centro de las sederías europeas. Triunfaba por el mundo la seda valenciana. Y en aquel mocador de seda, colocaba el galán la dulce ofrenda. “Utile dolci”, que dijo Horacio en su Arte poética. ¿Cómo no había de obtener todos los sufragios una moda que de momento deleitaba el paladar con la dulcedumbre y más tarde prolongaba el recuerdo con la utilidad del sedeño tejido, vistoso, suave y perdurable?
“Fer el mocador” (hacer el pañuelo, llenar el pañuelo) es frase todavía viva en el folklore valenciano y costumbre que renace con tanto brío como la de las fallas, aunque, naturalmente, no mueva tanto estruendo ni mantenga en igual expectación a valencianos y forasteros.
Cuídanse de mantenerla los confiteros; no desagrada, ¡es claro!, a las mujeres, que son las beneficiadas. Es de esperar que hogaño crezca el entusiasmo por esta fiesta.
Y yo me atrevería a recomendar, aun a trueque de que se me crea subvencionado, que todos los valencianos, dispuestos a seguir la galante costumbre de obsequiar a sus damas, no desdeñen la adquisición del mocador, el auténtico mocador, con preferencia a las cajas exóticas y frecuentemente cursis. Moda es, o ha sido hace poco o lo está siendo o lo volverá a ser, que nuestras jóvenes ciudadanas acorden con la boina que sujeta las cortas melenas, el pañuelo de seda que desliza sobre sus hombros, prestigiando el busto y realzando la belleza del rostro... ¿Qué más elegante que un pañuelo de seda valenciana? Elegante lo nuestro y útil también... y todo cae en casa. La economía y el folklore andan de perfecto acuerdo en este caso de valencianía económica y de artística elegancia.
¿Siempre fue así la fiesta de Sant Dionís? ¿Siempre hubo piuletes y tronadors de mazapán en los escaparates?
Conozco una excepción. Voy a mentarla porque se trata de nombres y de hechos ocurridos hace sesenta y tres años, que les van a sonar a ustedes como de actualidad absolutísima.
Anteayer hizo esos años, el 3 de octubre de 1869, levantáronse en la provincia de Valencia dos partidas republicanas.
Pero recelo que aquella noche las piuletes y los tronadors no estaban en los escaparates de las confiterías. Piulaven i tronaven de bona veritat en mitad de la calle.
No; no. Nuestra Constitución ha declarado la guerra fuera de la ley. Y peor si la guerra es entre hermanos.
En Sant Dionís o en cualquier otra fecha, los tronadors y las piuletes, de dulce. Tragedias, no. Ya hemos sufrido bastante.
Aprovechemos estos momentos de relativa paz y hagamos el mocador llenándolo de esos proyectiles agradables e inofensivos cuyos peores daños reponen con cierta facilidad el ricino o el bicarbonato.





Introducción
El diecinueve de abril de 1933 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba el día señalado para hablar de la festividad de pascua y su folklore. En esta charla Thous hace referencia au uso festivo de las cometas en estats fechas y a los diversos dichos que en la cultura popular valenciana nos hablan de ello.


Miércoles 19-4-1933

A semejanza de muchos cachirulos que han constelado el cielo de Valencia, durante los días de Pascua, yo acabo de hacer fil trencat.
En nuestro folklore, esto equivale a haberse roto el cordel que une el cachirulo a las manos del que lo empina. Cuando ocurre ese accidente, el cachirulo, impulsado por el viento, se aleja; pero, atraído por la fuerza de la gravedad, cae donde menos podía figurárselo el remuntador.
Así estoy, yo: empujado a la deriva, una vez roto el cordel que me unía a Valencia. Pero por fortuna la caída no es de gravedad. Es, sencillamente, de pronóstico reservado. Y no tan reservado que no pueda decir, que antes de pocas horas descenderé entre los almendros de Jijona y las palmeras de Elche. 
A los señores radioyentes, habituales a estas breves charlas, que yo declaro paladinamente, por ser ello de mi obligación y de mi devoción, hallarme estos días “pensando en la mona de Pascua”. La frase es de las más conocidas en el folklore valenciano.
Cuando se quiere decir de uno que está distraído, que se halla ausente de lo que se habla, que no pone atención a lo que se le dice, que olvida lo que se le encargó… dícese en castellano que “se le fue el santo al cielo”. En valenciano decimos que está “pensant en la mona de Pasqua”.
Pues bien: la frase tiene, hoy, en el presente caso, mejor aplicación que nunca; porque, real y efectivamente, yo he estado y estoy pensando en “la mona de Pascua”. Lo mismo habrán hecho muchísimos, innumerables valencianos. Con la no pequeña diferencia de que ellos lo hacían en plan de diversión y yo, pobre de mí, en el de investigación folklórica. 
La actualidad me ha planteado un problema que muchas otras veces se me ocurrió aclarar y pronto le perdí la pista. He aquí la cuestión: ¿Qué razones etimológicas puede haber para que la combinación de panquemao y huevos cocidos, duros, reciba el nombre de mona?
Vamos por partes, pues el tema no es tan sencillo como a simple vista parece. Y la primera parte va a ser declarar intrusa la palabra panquemao. No es valenciana. En la Ribera se dice, muy apropiadamente, “panou”, que no debe traducirse por pan nuevo, sino por pa en ou (pan con huevo). Lo de quemado es versión castellana cuya procedencia no me he decidido a averiguar. Ya le llegará el turno. Si, efectivamente, se tratase de decir que el pan está quemado, en valenciano diríamos “pacremat” y no “panquemado”, absolutamente castellano en las dos palabras que lo componen.
Volvamos a la mona. El uso y abuso de huevos cocidos en esta época del año está perfectamente justificado. Obedece a leyes de producción y economía más claras que el chocolate de casa de huéspedes.
Por este tiempo, las prolíficas gallinas ponen sus huevos con más abundancia que en cualquier otra época del año. Antes, cuando no había tráfico, ni las transacciones, ni las elaboraciones industriales que hogaño tienen el huevo por primera materia, la abundancia de huevos de gallina, durante las pascuas, excedía a las necesidades del consumo. Y como se trataba de días de fiesta, de comilona y de holganza, era naturalísimo que se echase mano del comestible más abundante y en mayor peligro de descomposición. Una buena cantidad de huevos era mezclada con la harina de primera para confeccionar el sabroso panou. Y los otros huevos, destinados a la merienda, forzoso era que fueran hechos duros, porque en esa forma es fácil el transporte.
Creo que esto está suficientemente explicado. Ahora no está de más añadir que la costumbre de los huevos de Pascua, no es sólo valenciana, su área es mundial. Pero en otras latitudes no tienen igual carácter que aquí, aun cuando el origen folklórico pueda ser el mismo.
La verdad es que yo tampoco me he podido explicar, satisfactoriamente, que se llame “mona” a la mezcla del pan dulce y los huevos cocidos. 
Hay una teoría. La he oído a muchos aficionados a estos estudios y a muchos viejos valencianos. Todos coinciden en ella. Yo debiera aceptarla. Sin embargo, la tengo en cuarentena.
Dícese que, con afán de adornar la especie de pastel vistoso que constituye el pan dulce con los huevos incrustados –huevos pintados de diversos colores, rojos con preferencia y sujetos con tiritas de pasta simulando trenzas y cordones–, para rematar este monumento de pastelería, había la costumbre de colocar encima, como estatua en su pedestal, un muñequito de velludo, de terciopelo, que afectaba la graciosa forma de una monita en actitud grotesca.
Esto es verdad. Yo recuerdo que en mi juventud era muy corriente este adorno que, hoy, por excepción ponen algunos pasteleros.
Pero, la verdad, no sé si el nombre se debe a esa forma del adorno o precisamente todo lo contrario: se puso ese adorno para que fuese en consonancia con el nombre popular que los valencianos habían adjudicado al pastel de Pascuas.
Asunto es este que algún día pondremos a controversia. No ha de ser menos que el origen de Cristóbal Colón en cuya historia hay un famoso huevo que pudiera tener alguna relación con este nombre de mona.
Hay dos frases vulgarísimas y algo parecidas –aunque diametralmente opuestas en su sentido– usadas a diario por nuestro pueblo: “Poner cara de mona” y “poner cara de Pascua”.
Cuando a alguien escéptico, descreído, “duro de pelar”, se le prueba con toda evidencia algo que negaba firme y reiteradamente, en valenciano se le dice: “¿Has vist, bonico? ¡T’han deixat cara de mona!”.
En cambio, cuando uno está satisfecho, contento, seguro, confiado, y la satisfacción rebosa en el semblante, nuestro folklore, como el castellano, dice que “¡pone cara de Pascua!”.
Poner cara de mona y cara de Pascua, bien se ve que no son la misma cosa. A pesar de que la mona de Pascua es una e indivisible.

Muchísimas gracias. ¡Salud y floklore!








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