XALA


dolce far niente


Xala es una palabra valenciana que no conocia y que a mi entender resume en cuatro letras una expresión Italiana bien conocida el “dolce far niente”

No es fácil “ el gusto , el control de  no hacer nada” , una actividad intelectual  que es muy beneficiosa, pero con riesgos, siempre advierto  a mis hijos de que el  mayor peligro  es no saber identificar cuando as terminado de no hacer nada.


humedales, campo de arroz




Introducción
El ventiseis de abril  de 1933 en el habitual programa de los miércoles que emitía Unión Radio Valencia, Maximiliano Thous Orts, aprovechaba el día señalado para hablar de la xala, es decir, de las costumbres de ocio. En esta charla Thous hace referencia a los diversos dichos que en la cultura popular valenciana nos hablan de este tema.

Miércoles 26-4-33
ANAR DE XALA

Cuando ha dejado de sonar el estrambote monero del día de San Vicente, flexible cua del catxerulo que templan, como tres tirantes, los tres días de Pascua Florida, yo –que dicho sea de paso, me he mantenido al margen de la fiesta, no aburrido sino interesado en observar todos los detalles característicos de la misma– no tengo que pensar mucho en el tema de la charla folklórica de esta noche.
Parece que el propio tema está pidiendo a voces que le dejen asomar al micrófono. Es del más puro y vulgarizado folklore valenciano: la xala.
¡La xala! ¡Nada menos que la xala!
Me atrevería a decir que no hay frase más representativa del regocijo popular que esta, tan valenciana.
Anar de xala, en Valencia, es el supremo quitapesares. Y tan arraigada está la costumbre; tan viejo es el abolengo, que de buena gana diría, como es de cajón, que “se pierde en la noche de los tiempos”, si no oliese a rancio el tópico, ni tuviera yo la íntima persuasión de que los tiempos no tienen noche.
El primer punto a tratar es la etimología.
¿De dónde procede la palabra xala?
Acabo de hacerme la pregunta y no he tenido tiempo para buscar adecuada respuesta. Temo mi fracaso si voy a buscar la explicación en los diccionarios. Así, de primera intención, recordando palabras vulgares, en boga, no veo relación justificada. ¿Chalar? ¿Chalao? ¿Chalet? Nada suena a valenciano.
Tan pronto como llegue a casa me ocuparé de poner en claro esta etimología.
Si alguno de los buenos amigos que me oyen la sabe ya, y tiene la bondad de decírmelo, yo le agradeceré infinito el trabajo que puede evitarme y que recelo no ha de ser fácil ni breve.
Lo que es una xala… no necesitan explicármelo. Afortunadamente, lo sé por repetidísima experiencia. Y aun creo que podría ilustrar a muchos que se tienen por perfectos xaleros; pero no saben alquitarar la regocijante esencia que trasciende de esta popularísima costumbre valenciana.
Que en esto, como en todo, hay exquisitos gustadores y torpes tragaldabas de paladar blindado.
Ruego a los amabilísimos radioyentes no desdeñen la xala suponiendo que va a oler a hez de vino, ni sonar a bronca voz ineducada.
Yo afirmo, categóricamente, que la xala tiene todos los encantos de la ingenua alegría popular y el sabor de lo más gustoso y el perfume de las flores montañesas, tan gratas al fino olfato como las químicas esencias urbanas.
Para poner la xala en el lugar que merece, huelga la definición. Vale más hacer hincapié en sus detalles característicos.
Condiciones precisas para ir de xala:
Ante todo, salir de casa. Hay que ir; no se puede estar de xala en la casa donde se reside a diario. Hay que ir al campo, al monte, a la playa… La decoración y el ambiente son indispensables para que haya xala.
Es también precisa la compañía; la comunidad de afectos; la franca amistad y camaradería entre los que van de xala.
Conviene muchísimo que cada uno tenga distinta afición o profesión para que cada uno de los xaleros pueda ofrecer una habilidad que divierta a los restantes. De este modo, todos coadyuvan al éxito y todos gozan del espectáculo.
Finalmente –y como condición última es la sine qua non para que la xala sea perfecta– ha de estar asegurada lo que entre los valencianos es corriente decir “una bona armonia”.
Esto de la armonía es interesantísimo para un pueblo tan pacífico y tan filarmónico como el nuestro.
Lo de tener armonía quiere decir, naturalmente, que todos vayan acordes; que nadie desentone ni desafine; y puestos los temperamentos y las educaciones a prueba de vino, cuando el alcohol desata las lenguas y excita las pasiones, nadie tire por las veredas de la malicia, ni se engalle con desplantes de majeza, ni se abisme en los llantos de una borrachera llorona.
Así es que, en fin de cuentas, para que la xala sea efectivamente una alegre y característica xala valenciana hacen falta, exactísimamente, las mismas condiciones precisas para toda obra bella; a saber: Unidad, variedad y armonía.
Sobre todo, armonía. No le quiten ustedes esto de la armonía a ningún xalero, pues le habrán aguado la fiesta.
¿Que alguno de ustedes tenían formado distinto concepto de esta honestidad que yo atribuyo a la xala? Es muy posible.
Yo diré a ustedes dónde nace la confusión.
Por ejemplo: hay quien dice “anar de xala” o “anar de rauxa” o “anar de trompa”. Para este buen amigo, todo es uno y lo mismo: diversión a base de paseo, vino y algaraza.
Y no es lo mismo. Son tres matices de folklore valenciano perfectamente diferenciados.
Ir de rauxa –que parece sonar en castellano a ir de ráfaga– no es ir, como en la xala, a un punto determinado donde preparar la comida, con los juegos aperitivos, las bromas de sobremesa y los cantos del retorno. La rauxa es algo de razzia: ir de aquí para allá, libando en todas partes, haciendo “estaciones”, tomando y dejando algo en cada parte.
Ir de trompa tampoco es ir de xala; ni ir de rauxa. Ir de trompa es algo más burdo y más torpe. Diversión agresiva como falta de respeto para el prójimo y con segura derivación hacia el retén de policía, cuando no está la meta en el Juzgado de Guardia.
En la xala, por ejemplo –y con esto sigo apuntando los rasgos característicos–, no es discreto pasar como medida de alegría “a motor de alcohol”, de la mitja punta. La mitja punta valenciana es el estado de alegría sin complicaciones. Alegría decidora, simpática, que a todos se comunica; alegría que no ofende, sino al contrario: se traduce en efusiones de cariño para todos cuantos rodean al que no es bebedor de vicio, sino que bebía aquel día para ponerse al mismo tono que todos los que forman parte de la xala. Armonía, ya lo he dicho: muchísima armonía.
Claro es que, cuando se habla de mitja punta queda dicho que debe existir una punta entera… Existe… existe, desgraciadamente.
El que pren una punta de esta clase; el que desentona; el que malogra la xala con sus intemperancias, es declarado indeseable. No se irá más de xala con él.
Ese puede ir de rauxa o de trompa. De xala, no. La xala es fiesta sana del pueblo; y el pueblo valenciano, en su casi totalidad, con aquellas excepciones que más concretan la regla general, goza con los donaires, las canciones, las bromas ingeniosas… Pero abomina de la grosería y de la guapeza pendenciera.
¡Ah! Y no sean ustedes mal pensados y crean ustedes que yo estoy de xala estos días, y por eso no acudo personalmente a Unión Radio. ¡Ojalá!
Pero, en fin, ya que yo no puedo, recomiendo a ustedes vayan por mí.
Lo pasarán bien.
Me consta. Y es probado.




Miércoles 19-7-1933
L’ALBUFERA


Si viven, ustedes, en Valencia o cerca y tienen ustedes automóvil propio o algún amigo que lo tenga y se lo preste, lo cual es mucho mejor –porque así se eliminan gastos e incomodidades–, no se priven del placer de un viajecito al Perelló por la nueva carretera del Saler, entre la Dehesa y la Albufera.
Recreo de los ojos, sedante de los nervios, tonificador de los pulmones. Es tan grato este viaje que deja memoria imperecedera. Y además enciende el deseo de volver a repetirlo y de mostrar el hallazgo a los familiares y a los amigos de mayor aprecio.
Yo tengo, por fortuna, varios amigos lo suficientemente ricos y benévolos para tener automóvil y prestármelo alguna que otra vez. Repartida la carga entre ellos, apenas si les es molesta; eso creo yo, tal vez ellos no opinen lo mismo, pero si callan y asienten y hasta acompañan el obsequio con la cortesía de una sonrisa, no hay por qué darse por enterados. Aconsejo a ustedes el experimento. 
Volvamos al camino, que es delicioso, pintoresco y de valencianísimo atractivo en ese trozo de Monteolivete al Saler que ustedes deben conocer todos, hasta los radioyentes de menos posibilidades económicas, ya que por una peseta les llevan los autobuses de línea. Allí las barracas a parejas, blanquísimas, limpísimas, adornadas con la policromía de geranios, murcianas, margaritas, dompedros y unas grandes campánulas blancas que a mí, que estoy pez en botánica como en otras muchas cosas, me parecen azucenas. Si no lo son, merecen serlo. 
Y los chopos y las moreras bordeando las acequias; y los patos nadando tranquila y gallardamente. 
Ya en Pinedo se puede ver a la derecha el bosque de palos de las barcazas del puerto del Tremolar. Puerto de agua dulce, principio del carrerot o canal navegable por donde las panzudas barcas van desde la huerta cercana a Ruzafa hasta las compuertas del Perelló, atravesando el lago, entre matas verdes, nidales de las viajeras aves acuáticas que aquí nos hacen el honor de criar su prole y el magnífico “lluent”, terso como bruñida plata, en los días de calma, rizadito como echarpe de pluma así que el llevantolet sopla sobre la superficie, por encima del verdinegro bosque de la Dehesa.
Y es un espectáculo sorprendente, ahora que ya están altos los arrozales, en una extensión anchísima, que limita con las estribaciones del castillo de Cullera, los campanarios de Silla, Alfafar, Catarroja, Picasent, etc., y al fondo la sierra baja, como sombra gris-azulada; es un espectáculo que impresiona graciosamente ver avanzar recortadas sobre el horizonte las panzudas velas latinas hinchadas por el fresco viento de la tarde sobre un blando y ligeramente agitado mar verde esmeralda que simulan las matas de arroz fáciles al cimbreo cuando apenas las acaricia un soplo de brisa mediterránea.
No se ve el agua, ni los márgenes del canal. Solo se ve la verde extensión vegetal por donde los barcos se deslizan, incomprensiblemente para quienes no conozcan los entrebastidores y foros de este natural escenario.
Salgo de Pinedo porque voy directo al Perelló a besar la sandalia del Maestro Serrano que vive allí patriarcalmente, a la sombra del Micalet; de un Micalet suyo, que él se ha hecho construir en su propia casa y que, para parecerse más al de Valencia, está sin terminar en la espadaña. Ahora bien, el Maestro lo justifica plenamente diciendo que espera saber las dimensiones del reloj de torre que le van a enviar de Suiza. Una maravilla de sonería que a sus horas tocará la “Marcha de la Ciudad”. 
Hemos salido de Pinedo con pena de no pasear por las bellísimas huertas de la Fonteta de Sant Lluís y de Castellar, ni recorrer a paso lento –del auto, ¡eh!; a mí no me bajan del automóvil ni con una grúa–, a paso moderado, para ir saboreando el placer de la contemplación en esa Carrera de En Corts, que es toda ella un encanto, vista a la luz violeta del crepúsculo, cuando el vientecillo húmedo refresca y del suelo sube ese olor inconfundible, blando y excitador a un tiempo, de la tierra recién regada.
Me parece que no paso de Pinedo. Ya llevo tres o cuatro párrafos de prosa bucólica sin avanzar un paso. Hay que hacer una arrancada. ¡Ya está!
Dejo atrás Villa-cursi. ¿Dónde está Villa-cursi?, se preguntará algún radioyente que conozca bien aquel paraje. No la conocerá por el nombre, que es de mi propia invención; pero no dejará de adivinarla. Queda a la derecha del camino entre Pinedo y el Saler. Es una villa de recreo (al menos eso creerá el amo) que no tiene mucha más amplitud que una caseta de transformador de energía eléctrica o seis casetas de vía crucis, juntas, en el caso de que no sean de las grandes.
Pudo, muy bien, el propietario construir allí una barraqueta, a tono con el paisaje y eficaz para el descanso; pero le purearon los humos de grandeza y ¡hay que ver el adefesio!
Piso alto, terraza con balaustres –no creo que lleguen a una docena–, jarrones, estatuas, balcón decorativo, radio, pararrayos y garita para el perro. Todo dentro de una superficie limitada por cinco metros de frontera por siete de profundidad. ¡Un verdadero alarde de cursilería! 
A todo esto, he salido de Pinedo y no adelanto gran cosa. Ya va desarrollándose a la izquierda la pinada y matorrales de la Dehesa. Ya columbro a la derecha las casas, la entrada del camino al Perelló, en ángulo recto con el talla-focs que conduce a la playa del Saler, y los maillots más interesantes de todo el litoral, desde las Arenas a la Creu del Moro.
“¿Y el folklore?”. El folklore está en todo lo largo y lo hondo de los caminos y de las huertas. Y ahora más, camino de la Mata del Fang, cuando voy a cruzar el Rincón de Sancha. Sancha, la famosa serpiente (¡lagarto, lagarto!) de la Dehesa. He aquí el lugar plácido, donde el pastorcillo, con su flauta de caña, llamaba al reptil y le alimentaba con leche de sus ovejas, con lo cual ganó su voluntad y le seguía rastreando por todos los agrestes parajes entre aguas lacustres y marinas. He aquí el lugar donde el pastor, ya viejo, regresado de la guerra de Italia, volvió a llamar a su protegida. Y salió Sancha terrible, grandísima, espantosamente fuerte, y tal abrazo de cariño dio al pastorcillo protector de su infancia que lo estrujó entre sus flexibles y potentes anillos. 
La carretera va recta hacia la Mata del Fang, que emerge a la derecha entre las aguas de la Albufera que a estas horas están teñidas de verdes y azules y amarillos y anaranjados.
Las puestas de sol son aquí maravillosas. Yo recomiendo al paseante esta hora de las cinco y media de la tarde, en la estación presente, cercana al crepúsculo, porque la puesta del sol da un inmenso prestigio a la Albufera.
Hasta los juncos y los bimbaus, los plumeros altos de los cañaverales, vistos a la contraluz anaranjada y dorada de esta hora, luz que no hiere la retina y que se diluye con el cadmio y el violeta, adquieren un relieve, un vigor que hace pensar en el cortejo fastuoso de palmas que acompaña al más poderoso Rajah de la India, coleccionador de brillantes, guardador de fieras y castigador de bellezas femeninas coreográficas en los cabarets parisinos.
Al llegar a la Mata del Fang, el camino llano se interrumpe poco más de un centenar de metros, para reanudarse luego, firme, recto, bien afirmado hasta el magnífico puente próximo a inaugurarse, poco más acá de las compuertas de la Gola del Perelló.
Hay que desviar el coche un poco hacia la Dehesa para sortear este trozo malo y volver, como el hijo pródigo, al buen camino que nos espera para llevarnos al próximo puente del Perellonet.
Y es un encanto pasear entre pinos, romerales y eucaliptos por los talla-focs de la Dehesa.
Talla-focs (cortafuegos), sendas y caminos que van cuadriculando el bosque a fin de servir de línea que ataje un posible incendio.
Junto a las compuertas del Perellonet hay diseminados unos pocos pescadores de caña, al parecer ilusos. Un humorista castellano ha dicho que “el pescador de caña es un aparato que comienza en un anzuelo y acaba en un tonto”.
Me guardaré, yo, mucho de decir otro tanto, porque, más allá del Puchol y luego en pleno Perelló, he visto como una treintena de pescadores en sus barquets gozan la alegría de ir cobrando llisses y llobarros, de tal cual peso, aparte las tencas menos apreciadas, pero más gruesas y alguna anguilita inexperta y curiosona que, al tragarse el anzuelo, causa la desesperación del pescador que no sabe cómo arrancárselo.
¡Vaya folklore el de la pesca, el pescado, el pescador y la pescadora valencianos!
¡Como para escribir diez tomos de letra menuda o hablar más que en todos los mítines del Estatuto!
Artes de pesca con ham (anzuelo) o con xarxa (red). Diferencias entre el bou, el bolig y el artó frente al volantí i el palangre.
Especialidad de la encesa y el fanalet, agravantes de alevosía, ensañamiento y nocturnidad… Tema para una serie de charlas bien nutridas. Algún día las enjaretaremos.
Nombres de los peces, de los pescados. Hay que tener en cuenta el refrán valenciano que dice: “Lo que hi ha en el cove és peix i lo demés és peixquera” 

Pero en fin, peces en el mar y pescados fuera de su elemento, los nombres valencianos son tan diferentes a los castellanos que por sí solos bastarían para marcar la diametral oposición a la clasificación de dialecto que algunos, caprichosa e ignorantemente, se obstinan en mantener.
Allá van unos cuantos:
Llus------------------------------ merluza, ¡igualitos!
Moll------------------------------ salmonete, ¡idénticos!
Llenguado---------------------- palaia o peluda, ¡confundibles! 
Tonyina------------------------- atún, ¡exactos!
Y escorpa, reig, sorell, orà, llobarro, aladroc, etc., etc., etc.

Pues ¿y la peixcadora? Sus costumbres, su lenguaje, sus artes para camelar al parroquiano, sus burlas despiadadas, su facilidad para engallarse o para llorar, sus súbitos consuelos que han dado vida al refrán: “El pesar de la peixcadora: pastilla, bollet i got d’a quinzet”...
hasta hoy, que presentan el pescado en los escaparates como si se tratase de orfebrería fina, joyas de filigrana y piedras preciosas a precio no mucho más reducidos.
Así hoy, al menos, me resarciré de las críticas si alguien, hoy con más razón que nunca, al oírme desbrozar el folklore de la pesca, dice en plenísimo folklore: “Este pobre hombre no sabe lo que se pesca”.

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